Arquitecturas en papel / Un rincón más bonito que aquel

Habría sido difícil encontrar en Londres un rincón más bonito que aquel en que vivía el doctor. No lo atravesaba calle alguna y desde las ventanas de la parte delantera de la vivienda se gozaba de la hermosa vista de la calle, que tenía aspecto tranquilo y reposado. Entonces había pocos edificios al norte del camino de Oxford y por allí cerca había bosquecillos y flores silvestres. A consecuencia de eso, el aire era puro en los alrededores de Soho y cerca de allí había una pared muy abrigada y soleada, junto a la cual maduraban los melocotones en su tiempo.

En la primera parte del día aquel rincón estaba alumbrado por la luz del sol, pero cuando se caldeaban las calles, el rinconcito quedaba en la sombra y era como un remanso fresco y agradable, y excelente refugio de las ruidosas vías de la ciudad.

Fragmento de Historia de dos ciudades (1859), de Charles Dickens / Seleccionado por AAAA magazine / 

Arquitecturas en papel / Anhelo de la arquitectura gótica

Un día que hablé yo de Balbec delante de Swann, para averiguar si, en efecto, desde aquel sitio era desde donde mejor se veían las grandes tempestades, me dijo:

– Ya lo creo que conozco a Balbec. Tiene una iglesia del XII y el XIII, medio románica, que es el ejemplo más curioso de gótico normando, tan rara, que parece una cosa persa.

Y me dio una gran alegría ver que aquellos lugares, que hasta entonces me parecían tan sólo naturaleza inmemorial, contemporánea de los grandes fenómenos geológicos, y tan aparte de la historia humana como el Océano o la Osa Mayor, con sus pescadores salvajes, para los cuales, como para las ballenas, no había habido Edad Media, entraban de pronto en la serie de los siglos, y conocían la época románica, y enterarme de que el gótico trébol fue también a exornar aquellas rocas salvajes a la hora debida, como esas frágiles y vigorosas plantas que en la primavera salpican la nieve de las regiones polares. Y si el gótico prestaba a aquellos hombres y lugares una determinación que antes no tenían, también seres y tierras conferían, en cambio, al gótico una concreción de que carecía antes. Hacía por representarme cómo fue la vida de aquellos pescadores, los tímidos e insospechados ensayos de relaciones sociales que intentaron durante la Edad Media, allí apretados en un lugar de la costa infernal, al pie de los acantilados de la muerte; y parecíame el gótico cosa más viva, porque, separado de las ciudades, donde siempre lo imaginaba hasta entonces, érame dado ver cómo podía brotar y florecer, como caso particular, entre rocas salvajes, en la finura de una torre.

Me llevaron a ver reproducciones de las esculturas más famosas de Balbec, los apóstoles encrespados y chatos, la Virgen del pórtico, y me quedé sin aliento de alegría al pensar que iba a poder verlos modelarse en relieve sobre el fondo de la bruma eterna y salada. Entonces, en las noches tempestuosas y tibias de febrero, el viento, que soplaba en mi corazón y estremecía con idénticas sacudidas la chimenea de mi cuarto y el proyecto de un viaje a Balbec, juntaba en mi pecho el anhelo de la arquitectura gótica y el de una tempestad en el mar.

 

Fragmento de En busca del tiempo perdido (1913), de Marcel Proust / Seleccionado por AAAA magazine / 

Arquitecturas en papel / Cómo se debe edificar

—Y ahora, Roark, ¿qué piensas hacer?
—¿Yo?
—Sin darme cuenta me he estado preocupando nada más que de mí mismo. Mamá tiene buenas intenciones, pero me vuelve loco… Bueno, al diablo todo esto. ¿Qué piensas hacer?
—Irme a Nueva York.
—¡Magnífico! ¿Para conseguir un empleo?
—Para conseguir un empleo.
—¿En… en arquitectura?
—En arquitectura, Peter.
—¡Magnífico! Me gusta. ¿Tienes algún proyecto definido?
—Voy a trabajar con Henry Cameron.
—¡No! ¡Howard!
Howard sonrió moviendo apenas las comisuras de los labios y no dijo nada.
—¡Oh, no, Howard! Pero si él no es nada, si ya no es nada… ¡Ya sé que tuvo un nombre, pero ahora está acabado! Nunca consigue una construcción importante, no ha tenido ninguna durante años. Se dice que tiene un basurero por oficina. ¿Qué clase de porvenir te espera con él? ¿Qué aprenderás?
—No mucho; sólo cómo se debe edificar.
—Por el amor de Dios, tú no puedes continuar así, arruinándote deliberadamente. Creía que hoy habías aprendido algo.
—Algo he aprendido.

 

Fragmento de El Manantial (1943), de Ayn Rand / Seleccionado por AAAA magazine / 

Arquitecturas en papel / Mis investigaciones sobre la historia de la arquitectura y de la civilización

Compré esta casa, después de volver de Francia, por la suma hoy francamente ridícula de novecientas cincuenta libras, y luego desempeñé mi docencia treinta años, hasta que, en 1991, me jubilé anticipadamente, en parte, dijo Austerlitz, por la estupidez que, como me consta, se extiende cada vez más también por las universidades, y en parte porque confiaba en poder llevar al papel mis investigaciones sobre la historia de la arquitectura y de la civilización, como me había propuesto desde hacía tiempo. Quizá yo, eso me dijo Austerlitz, me hubiera hecho ya una idea de la amplitud de sus intereses, de la orientación de su pensamiento y del estilo de sus observaciones y comentarios, hechos siempre improvisadamente y, en el mejor de los casos, recogidos en forma provisional, que últimamente abarcaban miles de páginas. Ya en París tuve la intención de reunir en un libro mis estudios, pero luego fui aplazando cada vez más su redacción. Las diversas ideas que me hice en diversos momentos de ese libro que escribiría iban desde el plan de una obra sistemáticamente descriptiva en varios volúmenes hasta una serie de ensayos sobre temas como la higiene y el saneamiento, la arquitectura de los establecimientos penitenciarios, templos profanos, hidroterapia, jardines zoológicos, salidas y llegadas, luz y sombra, vapor y gas, y otros semejantes.

Naturalmente, ya la primera ojeada a mis papeles traídos del Instituto a Alderney Street mostró que, en su mayor parte, se trataba de esbozos, que ahora me parecían inútiles, falsos y mal trazados. Lo que, hasta cierto punto, resistió el examen comencé a recrearlo y ordenarlo de nuevo, para hacer surgir ante mis ojos, como en un álbum, la imagen del paisaje, sumido ya casi en el olvido, que había recorrido como viajero.

 

Fragmento de Austerlitz (2001), de W. G. Sebald / Seleccionado por AAAA magazine /

Arquitecturas en papel / Un edificio es algo vivo, como un hombre

—Muy bien. —Roark tomó del escritorio una regla larga y se encaminó hacia el cuadro—. ¿Quiere que le diga qué es lo que está podrido aquí?

—¡Es el Partenón! —exclamó el decano.

—¡Sí, que Dios lo condene, el Partenón! Golpeó el cristal del cuadro con la regla.

—Mire —dijo Roark—, ¿para qué están ahí las famosas estrías de las famosas columnas? Para ocultar las junturas de la madera, cuando las columnas se hacían de madera; pero éstas no son de madera son de mármol. Los triglifos ¿qué son? Madera, vigas de madera dispuestas en la misma forma que ellos los colocaban, cuando empezaron a construir chozas de madera. Sus griegos, cuando emplearon el mármol, copiaron sus construcciones de madera, sin razón, porque otros las habían hecho así. Después sus maestros del Renacimiento hicieron copias en yeso de copias de mármol de copias de madera. Ahora estamos aquí nosotros haciendo copias de acero y hormigón de copias de yeso de copias de mármol de copias de madera. ¿Porqué?

El decano, sentado, lo observaba curiosamente. Había algo que lo confundía, no por las palabras de Roark, sino por la forma en que éste las decía.

—¿Reglas? —prosiguió Roark—. Mis reglas son éstas: lo que se puede hacer con un material no debe hacerse jamás con otro. No hay dos materiales que sean iguales. No hay dos lugares en la tierra que sean iguales. No hay dos edificios que tengan el mismo fin. El fin, el lugar, el material determinan la forma. Nada es racional ni hermoso si no está hecho de acuerdo con una idea central, y la idea establece todos los detalles. Un edificio es algo vivo, como un hombre. Su integridad consiste en seguir su propia verdad, su único tema, y servir a su propio y único fin. Un hombre no pide trozos prestados para su cuerpo. Un edificio no pide prestado pedazos para su alma. Su constructor le da un alma, que cada pared, cada ventana, cada escalera expresan.

 

Fragmento de El Manantial (1943), de Ayn Rand / Seleccionado por AAAA magazine /